Un consejo para los que se inician en la predicación | D. Martyn Lloyd Jones
“Quiero insistir aun más en esto.
Uno de los peores hábitos en los que un predicador puede caer es el de leer la
Biblia simplemente con el fin de encontrar textos para sermones. Eso es un
verdadero peligro, por tanto debes reconocerlo, combatirlo y resistirlo con
todas tus fuerzas. No leas la Biblia para encontrar textos para sermones; léela
porque es el alimento que Dios ha provisto para tu alma debido a que es la
Palabra de Dios, porque es el medio por el que puedes conocer a Dios. Léela
porque es el pan de vida, el maná provisto para el sustento y el bienestar de
tu alma.
Insisto en que el predicador no debe leer su Biblia con el fin de hallar textos, sino leerla de esa otra manera, como por supuesto deben hacerlo todos los cristianos; y de repente, mientras está leyendo, encontrará que destaca una declaración particular y que le golpea y le habla a él, e inmediatamente le sugerirá un sermón.
Aquí deseo decir algo que
considero, en muchos sentidos, el descubrimiento más importante que he tenido
en mi vida como predicador. He tenido que descubrir esto por mí mismo, y todos
aquellos a quienes se los he dicho siempre han estado muy agradecidos por ello.
Cuando estás leyendo tus Escrituras de esta manera, independientemente de si
has leído poco o mucho, si un versículo destaca, te afecta y te hace parar, no
continúes leyendo. Detente inmediatamente y escucha. Te está hablando, por
tanto escúchalo y habla con él. Deja de leer inmediatamente y trabaja sobre esa
afirmación que te ha afectado de esa manera. Continúa haciéndolo hasta el punto
de elaborar el bosquejo de un sermón. Este versículo o declaración te ha
hablado a ti, te ha sugerido un mensaje. El peligro que he descubierto en
cuanto a este asunto es decirse a uno mismo: “Oh, sí; eso es muy bueno, lo
recordaré”, y después proseguir con la lectura. Entonces, al acercarse el fin
de semana, te encontrarás sin sermón para el domingo, sin tan siquiera un
texto, y te preguntarás: “¿Qué es lo que leí el otro día? ¡Ah, sí! Tal
versículo de tal capítulo”. Entonces volverás a él y descubrirás para tu
consternación que no te dice nada en absoluto; no eres capaz de recordar el
mensaje. Por eso digo que, cuando se te ocurre algo, debes detenerte
inmediatamente y elaborar el bosquejo de un sermón en tu mente. Pero no hay que
quedarse ahí: escríbelo.
Durante muchos años no he leído
nunca mi Biblia sin tener un cuaderno de notas sobre mi mesa o en el bolsillo;
y en el momento en que algo despierta mi interés o me llama la atención lo
escribo inmediatamente. El predicador debe ser como una ardilla y aprender a
recoger y almacenar material para los futuros días de invierno. Por tanto, no
te limites a elaborar el bosquejo; escríbelo, porque de otra manera no lo
recordarás. Piensas que sí, pero pronto descubrirás que no. El principio aquí
es exactamente el que opera en relación con los exámenes. Todos sabemos lo que
es sentarse a escuchar una conferencia y oír al conferenciante decir
determinadas cosas. Mientras lo escuchas dices: “Sí, está bien, eso ya lo sé”.
Pero posteriormente entras al aula de exámenes y tienes que responder a una
pregunta sobre esa cuestión y, de repente, te das cuenta de que no sabes
demasiado de eso. Pensabas que sí, pero no. Así, pues, la regla es la
siguiente: cuando se te ocurra algo, ponlo por escrito. El resultado es que
pronto descubrirás que de esa manera has acumulado una pequeña cantidad de
bosquejos, esqueletos de sermones. Entonces serás verdaderamente rico”.
Fuente bibliográfica: “La
predicación y los predicadores”; capítulo 9: “La preparación del predicador”;
de D. Martyn Lloyd-Jones. Págs. 194-196.
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